domingo, 30 de agosto de 2015

La difícil tarea de subir la vara.

                       Cuando ejercemos el liderazgo en una familia, grupo de amigos o de trabajo una de las tareas más difíciles de llevar a cabo es subir de los objetivos que tratamos de conseguir, sin que esa exigencia resienta al grupo.
                       En muchísimas ocasiones exigir más horas de estudio, trabajo o dedicación en alguna tarea puede sentirse en el momento como un acto de tiranía o despropósito que puede hacer resentir una relación.
                       Es en estas circunstancias donde el líder debe tener la claridad de pensamientos para hablar con los miembros del grupo que se pudieren sentir disconformes y explicar los objetivos que se persiguen, y el porque de las decisiones que se deben adoptar.
                       En estas situaciones la comunicación es fundamental, es la tabla de salvación para receptores de las decisiones.
                       Cuando hablamos de comunicación no nos referimos a un discurso unidireccional donde solamente enunciamos directivas, sino que también debemos lograr que participe activamente los receptores del mensaje y debemos asegurarnos que comprendan los motivos que nos llevaron a adoptar tal o cual decisión.
                       Como líderes debemos aceptar que en muchísimos casos nuestros dirigidos no estarán de acuerdo con las disposiciones que establecemos, no debiendo adoptar medidas demagógicas que pueden ser contraproducentes en un mediano plazo. Por supuesto que corresponde que repasemos nuestras decisiones para ver si fueron acertadas, pero si estamos convencidos que serán beneficiosas para la persona a quien van dirigida y para el grupo del cual forman parte deberíamos seguir adelante con ellas, siempre teniendo en cuenta las circunstancias que rodean a cada cuestión.
                       Liderar un grupo, no es simplemente tener una cinta de capitán para desarrollar el ego. Es una responsabilidad que nos puede dirigir a camino que muchas veces preferiríamos evitar. Es una constante obligación de tomar decisiones que muchísimas veces no serán aceptadas en su integridad.
                       Liderar un grupo significa tener objetivos claros y concretos que permitan a quienes nos siguen saber a donde vamos y tener previsibilidad de cómo vamos a actuar en circunstancias ordinarias.
                       Liderar es que nos vean como un colaborador que los podrá ayudar en momentos de incertidumbre y no en un juzgador inapelable que hará un escarnio público de los errores que los miembros del grupo podrían tener.
                       Liderar un grupo significa potencializar las fortalezas que tienen sus dirigidos.
                       Liderar un grupo es hacer mejores personas a quienes lo secundan, que los hace brillar en sus capacidades y los ayuda en sus debilidades.
                       Es una necesidad imperiosa en la actualidad que nuestra sociedad construya lideres que se pongan al servicio del prójimo, que entiendan que sus capacidades de organización deben posicionarse al servicio de un fin colectivo, que los va a llevar a metas superiores a que si actuaran individualmente.

                       Al fin al cabo, debemos entender que individualmente nadie se salvara ni crecerá si no es  sociedad.

jueves, 27 de agosto de 2015

No dejarse engañar por el día a día.

                       Sacar conclusiones teniendo en cuenta el día a día en el cual vivimos es como tratar de entender a un bosque solo mirando el árbol que se encuentra cercano a nosotros. Es un indicio indudablemente, pero no nos permitirá tener una visión completa de donde venimos y hacia donde vamos.
                       Y cada día necesitamos con mayor precisión saber hacia donde nos dirigimos, una idea concreta de lo que buscamos, para que las circunstancias que nos pueden confundir queden en simples anécdotas. Y eso no implica que no podamos cambiar el rumbo que nos hubiéramos fijados, pero si implica que debemos ser nosotros quien tratemos de adoptar la decisión de buscar nuevos horizontes.
                       Y nuestros entornos se amparan en el día a día para justificar miles de sus acciones, para culpar sus inacciones o acciones desastrosas para su vida personal, familiar y profesional en la velocidad diaria en la que vivimos.
                        Y el día a día nos dice que no tenemos tiempos, siendo en la realidad en la mayoría de los casos un paradigma de nuestro desorden mental que nos impide determinar que cosas de las que hacemos son productivas y cuales no.
                       Debemos dejar de ser miopes, ver más allá de circunstancias que nos pueden aquejar momentáneamente y creer que nosotros también somos dueños de fijarnos objetivos y hacer lo imposible para conseguirlos.

                       Serán nuestras fortalezas las que nos permitirán que un mal humor pasajero, que una circunstancia fortuita o un mal día no apañen que nos alejemos de las cosas que realmente valen la pena.