sábado, 2 de mayo de 2015

Historias para pensar 1: Descriminar al golpeador de mujeres

Alberto escuchaba atónito la historia que contaba Alejandra, la amiga de su esposa Gabriela. A medida que avanzaba el relato revivía situaciones en las que él había estado presente y que no le había encontrado sentido. Los moretones que regularmente le aparecían por culpa de los tacos altos por las “supuestas” veredas que los gobiernos nunca arreglaban.
Alberto no podía creer que su amigo Gonzalo, quien en tantas oportunidades había jugado con su hijo, con quien habían pasado navidades recordando añejas anécdotas, y había sido pareja de Alejandra hasta hace unos meses luego de dos años de convivencia, la golpeaba a mansalva.
Alberto ante el quiebre en llanto de Alejandra frente a su esposa no sabía donde posar la mirada. No sabía si debía pedirle disculpas por habérselo presentado. No sabía que decir.
Alberto se convirtió en un detective que pretendía averiguar la autenticidad de los dichos de la amiga de su esposa. Si bien el relato era concordante con momentos que su memoria identificaba de manera patente, se negaba a creer que su amigo fuera culpable de tales atrocidades. En la noche de la confesión llevaron a Alejandra a su casa, y al salir se encontraron con el encargado del edificio y sin dudarlo le preguntó si creía posible que un hombre como Gonzalo, quien se pasaba largos horas a solas conversando con su hijo de vida era el golpeador psicópata que convivía con Alejandra. La respuesta fue tajante: Gonzalo es un enfermo, durante largos meses la seguridad del edificio había sufrió los llamados constantes de los vecinos que escuchan los gritos y llantos de Alejandra cada vez con mayor frecuencia. Hasta la recepcionista del club, donde concurrían asiduamente con su esposa y la pareja que conformaban Alejandro y Gonzalo los había visto en situaciones violentas.
Alberto sintió impotencia. No comprendía como su amigo Gonzalo se había convertido en un golpeador de mujeres. Habían compartido miles de historias de barrio donde la mujer es sagrada. Lo había visto recibirse en la Universidad y desarrollar su profesión de manera brillante.
Alberto se sentía humillado ante si mismo por no haber advertido la situación, por no haber siquiera sospechado lo que pasaba frente a sus narices.
Alberto se sentía defraudado. Gonzalo siempre se situaba en poder de víctima para que le tuvieran lástima. Un sector de su mente lo quería encontrar para hablar del tema; la otro prefería que desapareciera del mapa, no quería volver a verlo nunca.
Alberto fue al club de siempre, y todavía con el coctel de la incredulidad e ira que le provocaba la situación, y se encontró con Gonzalo en el gimnasio.
Alberto solo atinó a decirle: “Espero que tengas las agallas para que me pegues a mi. Te espero en la puerta, por que la gente no merece enterarse que está compartiendo un lugar con un cobarde golpeador de mujeres!!!!”.
Alberto salió del salón de musculación y lo miraba atentamente desde la entrada. Veía como Gonzalo hacía  llamados a través de su teléfono de manera  intensa, casi frenética.
Alberto vió como llegaron tres autos de policía con sus sirenas y bajaban al mejor estilo de un comando de guerra. Preguntaron donde estaba la persona que estaba esperando a un masculino llamado Gonzalo Pereyra Arteaga para matarlo. Sorpresa y rabia  de los policías cuando escucharon la historia. Sorpresa porque Gonzalo se había arrepentido del llamado al Comando policial y había producido tal revuelo.
Alberto quedó en boca del todo el club. Cuando escuchaban las historias los distintos socios del lugar, entre el horror de la situación y  tratando de no perder tiempo para sus distintas actividades deportivas, apoyaban a Alberto.
Alberto observó como la policía se llevaba a Gonzalo para que ratificara la denuncia, y le guiñaban el ojo mientras se despedían de él, y el último de los agentes policiales le susurraba: “quédate tranquilo!!! Ya le vamos hacen entender que a las mujeres no se les pega!!.
Alberto volvió ingresar al club. A quien se le cruzó les contó la historia de manera verborrágica, como si tratara de demostrar que el mal momento que habían vivido en el lugar tenía justificativo para dejar de lado sus propios intereses.
Alberto antes de dormirse se puso a meditar. Se preguntaba si la gente que lo conocía a Gonzalo lo iba a discriminar, no entablando conversación cuando se cruzaran con él. Si lo iban a dejar sin trabajo. Temía que la noticia fuera devorada en unos días, como toda noticia de la actualidad que es devorada por una nueva.
Alberto se preguntaba si estaba bien pensar que todos sus amigos también debían discriminar a Gonzalo hasta tanto sintiera remordimiento y efectuara  los tratamientos psicológicos que correspondiere.
Alberto sabe que Alejandra también iba tener que efectuar replanteos y recurrir a la ayuda que quisiera para que no se le volviera a repetir situaciones del mismo tenor en sus nuevas relaciones sentimentales.

Alberto sabe que hoy y mañana “#todosSomosAlberto”, pero teme que pasado mañana nadie se acuerdo del tema y que Gonzalo no sea discriminado hasta tanto demuestre un real arrepentimiento. Es más, que apenas se recuerde la anécdota del día que el “loquito” de Alberto provocó que vinieran policías por unas bravuconadas contra otro socio del club…….

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